miércoles, 22 de mayo de 2019

La Batalla de Rocroi y los Tercios Españoles


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Hace 376 años, un 19 de mayo de 1643 tenía lugar la Batalla de Rocroi entre los Tercios Españoles y el ejército francés con balance negativo para los primeros.En Rocroi se presentaron dos poderosos ejércitos. Por un lado, el ejército francés al mando Luis II de Borbón-Condé, Duque de Enghien, compuesto por unos 23.000 soldados y el ejército español a las órdenes del portugués Francisco de Melo, capitán general de los tercios de Flandes, compuesto por aproximadamente 20.000 soldados. La batalla duró aproximadamente seis horas y comenzó al amanecer de aquel día, de aquel 19 de mayo. 

La batalla de Rocroi se ha presentado tradicionalmente como el declive de los Tercios Españoles y de la hegemonía española en Europa, sin embargo, la historia es muy caprichosa y a veces no es necesario agrandar la leyenda negra, sino que basta con analizar los libros y a los autores, y como se mostrará a continuación Rocroi no es el final de los Tercios ni mucho menos de la hegemonía española en Europa. 
Contexto histórico
La batalla de Rocroi no puede ser entendida sin su contexto histórico más cercano, la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648). En este sentido, la Monarquía Hispánica todavía mandaba sobre el orbe y no pocos eran los enemigos directos que querían acabar con su hegemonía. La Guerra de los 80 Años en un primer momento se conoció como la guerra de Flandes para los españoles o Guerra de la Independencia para los holandeses. Sin embargo, España luchaba no solo contra las Provincias Unidas de los Países Bajos sino también contra las demás potencias en lo que se conoció como la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) sobre todo contra Francia e Inglaterra y demás naciones que se involucraron viendo una posibilidad de llevarse su trozo del pastel a costa de estas guerras.
Así, España se desangraba en una guerra que parecía infinita mientras los recursos económicos comenzaban a escasear. Ante esta situación, España entró en guerra abierta con Francia en la que su frente principal se trasladó a la frontera entre ambas naciones. Todo ello mientras España sufría la Crisis interna de 1640, que casi le cuesta la desintegración de la Monarquía Hispánica. En este sentido, durante 1640 estallaron sucesivas revueltas en Portugal y Cataluña, propiciadas en gran medida por las medidas político-económicas del Conde-duque de Olivares y que se vio agravada por la intromisión de la Francia del Cardenal Richellieu.
Para desquitarse de la presión francesa sobre los territorios del Franco Condado y Cataluña, España invadió el norte de Francia, junto a la frontera belga, sitiando la ciudad de Rocroi en las Ardenas. Con ello, desplazaría la atención francesa hacia aquella zona, descongestionando la situación que había en España. Esta maniobra había sido probada con anterioridad en 1641, sobre todo en Honnecourt y Lens en las que los galos salieron derrotados. Sin embargo, en esta ocasión, Melo se apresuró demasiado.
Enghien, alertado de las intenciones españolas, se dirigió rápidamente hacia Rocroi para romper su cerco y plantar batalla en campo abierto. Todo ello, mientras Melo y los Tercios esperaban la ayuda de unos 4.000 soldados de Juan de Beck, que, a marchas forzadas, venían desde Luxemburgo. 
LA BATALLA
La maltrecha y ajironada bandera blanca con el aspa roja se mantenía al viento, acribillada a balazos de plomo. Los franceses continuaban su escabechina, pero los españoles respondían vendiendo cara su piel. Era un 19 de mayo de aquel 1943 y los españoles resistían en aquel campo solitario.
Enghien contaba con 16.000 infantes y 7.000 jinetes (unos 23 000 hombres en total), según los autores, aparte de 12 piezas de artillería, mientras que Melo disponía de unos 22.000 hombres y 24 cañones, contando además con el refuerzo de Jean de Beck, que desde Luxemburgo vigilaba la frontera con unos 3.000 infantes (incluido el Tercio de Ávila) y 1.000 jinetes.
En este sentido, los españoles, intuyendo que los franceses irían a socorrer el fortín, formaron de manera clásica, es decir, con la infantería en el centro y la caballería a los lados disponiendo de artillería en el frente. No fue así, sin embargo, ya que los franceses, contra todo pronóstico, presentaron batalla y su disposición fue la misma que la de los españoles.
Los franceses se desplegaron con dos líneas de infantería en el centro, la caballería en cada lado de la infantería protegiendo los flancos, mientras disponían de una línea de artillería al frente. En el centro se ubicaba L´Hopital y comandando los flancos La Ferté por el izquierdo y Gassion por el derecho, mientras el marqués de Sirot aguardaba en la retaguardia.
En el bando imperial, los tercios españoles estaban en vanguardia, en primera línea de fuego, todo un privilegio que era codiciado por los españoles por ser estos tropas de elite. Tras ellos, los tercios italianos mientras que en la retaguardia se situaban los valones y alemanes, al mando del conde Paul-Bernard de Fontaine (general de 66 años al servicio de España). La distribución de la caballería se situaba también a ambos lados de la infantería. Así el ala derecha era dirigida por el conde de Isenburg mientras que la izquierda por el duque de Alburquerque. También delante de todos se situaba la artillería.
Durante los días anteriores a la batalla ambos ejércitos se situaban muy próximos. Sin embargo, según las crónicas, un desertor, quizá de origen francés, avisaría a Enghien sobre la inminente llegada de refuerzos españoles que dirigía Jean de Beck. Este hecho, provocaría que los franceses de madrugada, el 19 de mayo, atacasen a los españoles.
El cuadro español carecía de un orden disciplinado, como se ha visto otras veces, y esto fue aprovechado por Enghien que dispondrá el grueso de su caballería en el flanco izquierdo para envolver a las tropas españolas.
A pesar de ello, los franceses moverían ficha primero. El comienzo francés fue bastante deficiente pues al mismo tiempo se mandaron dos cargas de caballería francesa contra los flancos enemigos. Estas, fueron rechazadas por los españoles en ambas ocasiones y quedó bastante dañada. Tras ello, la caballería española se replegó, llegando a la primera línea francesa y consiguió capturar algún cañón enemigo. Aquí, relatan los autores que Melo perdió una gran oportunidad pues tras esta acción se podría haber decidido la batalla del lado español, sin embargo, Melo no envió a la infantería.
Por ello, Enghien consiguió reorganizarse y volvió a enviar a la caballería. Esta vez sí logró poner en retirada a los españoles. Con esta acción, se aniquiló a medio millar de arcabuceros que se situaban en un pequeño bosque. Estos fueron envueltos por el ataque francés de la caballería. Nuevamente, Fontaine ordenó que la infantería imperial mantuviera sus posiciones.
La caballería de Alburquerque logró avanzar y tuvo a un palmo a la artillería francesa en dos ocasiones. Lamentablemente, los jinetes de Gassion fueron ganando terreno y los de Alburquerque se vieron obligados a batirse en una desordenada retirada. Tras ello, los franceses chocarían con la infantería española que aguardaba en la vanguardia de ese flanco. Según los autores, aquí sucederá un terrible y sangriento combate, en el que perdieron la vida el conde de Fontaine y los comandantes de Tercio, el Conde de Villalba y Antonio de Velandia.
Melo, viendo el peligro, intentó reagrupar a la caballería del flanco izquierdo y a duras penas lo consiguió, pues esta se rehízo y cargó nuevamente contra los franceses. A pesar del esfuerzo, los franceses mandaron a la infantería en ayuda de su caballería y los de Alburquerque se tuvieron que dispersar otra vez.
Tras ello, los franceses cargarían acto seguido contra los tercios alemanes y valones que, al carecer de caballería que les apoyase, sufrieron grandes pérdidas.
La Ferté, por otro lado, desviaba su ala izquierda para evitar el barrizal y un pequeño lago, mientras se exponía a la caballería imperial de Isenburg, quien evidentemente aprovechó la ocasión y aplastó a la caballería de La Ferté, que aparte de recibir tres balazos cayó prisionero. Tras esto, la caballería de Isenburg siguió avanzando hasta la artillería francesa, la cual fue capturada. A pesar de todo, los españoles continuaban disparando con su artillería, 24 cañones, mientras los franceses carecían de ella.
Sin embargo, la batalla rápidamente cambiará de signo y la balanza se inclinará del lado francés. En este aspecto, Enghien toma el resto de la caballería francesa y atraviesa el centro del ejército de Francisco de Melo. Con ello, consiguió separar, por un lado, a la infantería de la caballería a la par que derrotaba a la caballería de Isenburg. 
Con esta acción, los tercios italianos comenzaron a retirarse, mientras los refuerzos no llegaban. La orden de Melo fue contundente, resistir. Pues aún mantenía la esperanza de que la infantería de refuerzo acudiera en seguida.
Mientras este caótico combate tomaba forma, los soldados de los cinco tercios españoles se reagruparon con la idea de no ceder ni un paso de terreno. Formaron un gran rectángulo de picas y consiguieron rechazar al enemigo durante las primeras cargas francesas. Cabe decir que estas dos primeras cargas de la caballería francesa fueron un contundente desastre que casi le cuesta la vida a Enghien. Sin embargo, los españoles se quedaron sin pólvora y en la tercera carga, los franceses lo percibieron. Los tercios, aun así, aguantaron otras tres cargas sucesivas, a pesar de que la caballería había abierto varias brechas en aquel cuadro de picas españolas.  La infantería francesa se aproximaba y había conseguido recuperar algún cañón. La situación era insostenible para los españoles, quienes resistían como jabatos sin ceder apenas nada.  Apenas quedaban dos tercios que recibían retales de los demás. Estaban maltrechos y moribundos, pero tras rechazar varias rendiciones honrosas seguían en pie. Según los expertos, se intentó negociar rendiciones honrosas con términos muy ventajosos para los españoles, un intento conveniente ya que los franceses temían la llegada de Beck.
La resistencia se mantendría durante un tiempo hasta que no quedó más remedio que aceptar la capitulación. Se acordó que aquellas “murallas humanas” que habían resistido con uñas y dientes salieran en libertad con sus banderas desplegadas y conservando sus armas.
Melo sobrevivió con apenas 3.000 infantes ya que unos 5.000 yacían muertos sobre aquellos campos de Rocroi, siendo la mitad de ellos españoles, mientras el resto había desertado o se encontraba prisionero. Además, se perdieron los 24 cañones y la tesorería del ejército que muchos autores cifran en 40.000 escudos. Sin embargo, no todo queda ahí. Las cifras de los franceses son también espeluznantes dejando unos 4.000 muertos. Esta batalla le costaría a Enghien algo más de un mes para poder recuperarse militarmente.
Tras Rocroi, España comienza a dar síntomas de debilidad, aunque sin embargo continuará firme hasta 1.700. Tristemente en Rocroi se perdió el grueso de la fuerza especial y veterana, los Tercios Viejos.
Repercusiones
La repercusión de esta derrota se debe a la historiografía extranjera, sobre todo a la francesa. Pues se ha venido afirmando que Rocroi marca el inicio del declive español y, sin embargo, no fue así. Los tercios aún mantuvieron un alto grado de eficacia y su aportación militar en las campañas contra Francia proporcionó algunas victorias significativas, como la de Valenciennes. Habría que situar el declive militar español en la batalla de Las Dunas en torno a 1658.
No hay que restar protagonismo a los tercios españoles en Rocroi ya que defendieron el terreno a muerte, cada palmo y cada centímetro mientras causaron unas 4.000 bajas a los franceses. Sin embargo, la historia, nuevamente caprichosa se ha cebado con nuestros hombres quitándoles protagonismo y eficacia en esta batalla y no fue así. Cierto es que la aureola de invencibilidad de los tercios ya no era la misma y que Francia comenzaba a abrirse paso en aquella Europa española.
Mientras Francia tomaba protagonismo con Luis XIV, España decaía en todos los frentes, y es por ello, quizá, que se haya tomado Rocroi en 1643 como el punto de inflexión en la historia de la Monarquía Hispánica y de los tercios. Aunque estos todavía darían mucho que hablar, sobre todo contra Francia a la que derrotan en Tuttlingen a finales de este mismo año. Sin embargo, Rocroi sirvió también para que España reconociese la Independencia de Holanda unos años más tarde.
La derrota de Rocroi se explica también por la crisis por la que atravesaba España en aquel momento, crisis internas, independencia de Portugal, guerra contra Holanda y Francia… El comercio en América comienza a ser explotado por Francia, Inglaterra y Holanda y España entra sucesivas bancarrotas. Además, Melo no calculó la repercusión de la batalla y no espero los refuerzos de Beck que venían de camino, mientras los franceses habían asimilado la forma de combate español y les hacían frente. Tampoco se fortificaron las zonas para poder retirarse ni se cubrieron los flancos por los que podrían atacar los franceses. Un error en el exceso de confianza que les costó la derrota frente al ejército francés que quedó boquiabierto mientras temblaba ante la defensa española.
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BIBLIOGRAFIA
ESPARZA, JOSE J., Tercios, La esfera de los libros, Madrid, 2017, pp. 331-338
VILLEGAS GONZALEZ, A., Hierro y plomo, glyphos, Valladolid, 2014, pp. 141-143
VV. AA., Grandes batallas españolas, Tikal, Madrid, 2013, pp. 141-145
VV. AA., Los Tercios saben morir, Ediciones Hoplon, Alicante, 2015, pp. 83-96
PELICULAS
DIAZ YANES, A. (Dir.), Alatriste, 20th Century Fox, 2006

Fuerteventura, 22 de Mayo de 2019

miércoles, 2 de enero de 2019

Guerra Civil Española, tregua de Navidad de 1936 en el monte Kalamua


Tregua Navidad Guerra Civil
La cantimplora, corre de mano en mano, entre requetés y milicianos – Foto Goñi

Hace ya tres años que escribí “Tregua de Navidad en la Primera Guerra Mundial¨, https://loscuadernosdehistoria.blogspot.com/2015/12/tregua-espontanea-en-el-frente.html . Un relato conmovedor, pero con protagonistas foráneos. Estos últimos años he buscado información sobre algún suceso similar ocurrido en nuestras fronteras y, después de mucho buscar, llegó a mis manos este maravilloso relato.

Aquel día nadie quería disparar sus armas en el monte Kalamua. Era Nochebuena y la nostalgia de casa, del pavo y el turrón, se había apoderado tanto de los milicianos apostados en su avanzadilla, como de los requetés que mantenían sus posiciones a apenas unos metros. Estaban tan cerca que los primeros veían sobre los sacos de arena los puntos rojos de las boinas carlistas. En este escenario fronterizo entre Vizcaya y Guipúzcoa se libraron cruentos combates durante la Guerra Civil, pero el 24 de diciembre de 1936 se vivió una escena que, en palabras de un testigo y protagonista del insólito encuentro, ya hubieran querido imaginar en Hollywood.
«A la mitad justa de los parapetos se encuentran los dos grupos. Milicianos y requetés se dan la mano y como si cambiaran ramos de flores en un torneo deportivo se han cruzado los periódicos. De los parapetos se vigilaba esta “operación” con emoción y curiosidad. Solamente en este intenso momento se ha dejado oír el ralenti de mi “Kodak” que traslada al celuloide una escena que hubieran envidiado los más sagaces productores americanos. Los cañones de las ametralladoras y de los fusiles han sacado sus ojos para contemplar también, en el mayor silencio, esta cordial coyuntura en el día de la Nochebuena, solemnizada con este motivo en los campos de batalla», escribió el socialista pamplonés José Goñi Urriza.
La fría mañana de diciembre se había desperezado con sol y cierta pereza en el «trabajo», según describió Goñi en el semanario socialista «La lucha de clases». Alguien gritó «no disparéis» y por unos momentos se respiró un aire de libertad. Los combatientes de uno y otro lado levantaron sus cabezas por encima de los parapetos y se sucedieron los diálogos de trinchera a trinchera en tono amistoso. Como muestra de confianza, los requetés se sentaron encima de sus defensas. Los milicianos les imitaron. Se alcanzó una cierta familiaridad, que una densa cortina de niebla al poco resquebrajó.
Con la falta de visibilidad, renació la desconfianza y de nuevo, unos y otros se resguardaron tras sus parapetos, con el fusil en el brazo, hasta que, a media mañana, las ráfagas de sol se abrieron paso entre la niebla. De nuevo frente a frente, Goñi rompió el silencio:
-«Requetéeeees…
-Quéeee…
-¿Hay algún navarro?
-Sí, casi todos
-¿Y alguno de Pamplona?
-Sí, muchos
-Os habla Goñi
-¿Quién, Pepe?
-Sí
-Aquí hay unos que te conocen».
Así comenzó una «interminable» conversación. Los milicianos ofrecieron a los requetés intercambiar sus periódicos. Tras unos momentos de vacilación, éstos contestaron que aún no habían recibido los suyos. Mientras seguían las conversaciones, dos requetés saltaron de pronto de sus parapetos y otros dos milicianos salieron de los suyos. También Goñi, que no pudo contener la curiosidad, saltó tras ellos.
Del insólito encuentro sacó al menos tres fotografías que salieron publicadas junto a su reportaje el 26 de diciembre. En ellas se ve a un grupo de requetés del Tercio de Lácar posando en la cumbre del Kalamua y entre ellos a los milicianos que salieron para canjear la prensa. O compartiendo el vino navarro de una cantimplora.
Varios de los requetés conocían a Goñi de Pamplona. «Allí todos nos mirábamos con recelo. Aquí, sin embargo, con los misiles preparados en cada uno de los parapetos, a treinta metros de donde nos hallamos, parece que estamos más tranquilos», escribió antes de describir a grandes rasgos sus conversaciones. Hablaron de Navarra, de la muerte de compañeros de Goñi y de la situación de Bilbao, constatando que las versiones sobre el avance de la guerra eran muy distinta en cada bando:
-«Aquí se dice que queríais un arreglo los rojos»
-«¿Nosotros? No, hombre, no. Esas son patrañas de Italia y Alemania que no saben cómo salir del atolladero en que se han metido. Nuestro Ejército está más fuerte y mejor pertrechado que nunca y dispuesto a daros una rotunda paliza el día menos pensado.»
Entre los requetés había algunos que iban a volver a Pamplona y que se ofrecieron a llevar una carta a la madre de Goñi, que él escribió enseguida para entregársela. Echaron un trago de vino, le obsequiaron con un puro y cambiaron cigarrillos.
Sin darse apenas cuenta, Goñi se encontró en un grupo de entre unos veinte requetés, a un paso de sus posiciones. «¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro!», pensó este miliciano socialista achacando la ideología de estos muchachos del campo, a haber nacido en pueblos de solera carlista «donde merced a la intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de gobernadores republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».
«A estos rapaces no tengo el menor inconveniente en estrecharles la mano en un “alto el fuego” en las trincheras», confesó en su escrito.
A mediodía, tras «un gran rato» juntos, milicianos y requetés regresaron a sus posiciones. En su despedida, «cordial como la de ellos», Goñi les aconsejó leer y meditar el discurso del presidente del Gobierno vasco, apelando a las creencias religiosas que compartían.
«Lentamente se alejan los requetés. Al verlos marchar se agolpan muchas ideas en mi cerebro. Tantas que para no armarme un lío sentimental, a cuenta de las crueldades de la guerra, acelero el paso para devorar la comida que, humeante y suculenta, me aguarda al otro lado de nuestras trincheras», concluyó el pamplonés que en 1937 fue designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco.
El navarro Salvador Leyún fue uno de los voluntarios del Tercio de Lácar que fue testigo del intercambio en Kalamua. Tenía entonces 19 años y aquella escena se le quedó grabada para siempre en su memoria. Tanto, que medio siglo después se la relató al escritor Pablo Larraz para el libro sobre « Requetés» que escribió junto a Víctor Sierra-Sesúmaga, como uno de los «casos curiosos» que le tocó vivir durante la campaña de Guipúzcoa:
«Resultó que nuestro capitán, Ureta, que estaba más loco que una cabra, era muy amigo del capitán que estaba en el otro lado, de apellido Centeno, ya que los dos habían estado en la misma academia. Estando de posición en Kalamua empezaron a hablarse: “Centeno, oye, ¿qué tal si hacemos una cosa en esta tarde? Mira, vamos a proponer a los chicos sentarse en el parapeto, y yo respondo de que los míos no van a tirar un tiro, y hacemos intercambio de prensa”. El de los rojos aceptó, así que Ureta nos mandó: “Todos en el parapeto“. Y ellos hicieron lo mismo. “Ahora que salgan a mitad del camino cinco voluntarios de cada lado“, y salieron».
Leyún contaba que «se intercambiaron la prensa, echaron unos tragos de vino de una bota que llevaban unos y después de la de los otros».
«A mí aquello no me parecía bien, era un disparate, media hora después podíamos estar matándonos y esas cosas creaban desánimo y desconcierto entre la gente», confesaba el voluntario carlista, que le dijo a Ureta: «Mi capitán, después de esto, ¿no sería mejor que dejásemos esto y nos marcháramos todos, ellos y nosotros, cada uno a su casa?».
«Y me contestó: «pues sí, sería mejor… pero es que estamos en guerra».
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Fuerteventura, 24 de Diciembre de 2018

miércoles, 20 de junio de 2018

CUANDO NOS APODERAMOS DE LA ARMADA DE NAPOLEÓN, 14.06 1808


España declara la guerra a Napoleón

Cuatro días después de la batalla de Trafalgar, llegaba a Cádiz el Almirante francés François Étienne Rosily, que había sido mandado por Napoleón a España para sustituir a Villeneuve al mando de la escuadra combinada. Tras la trágica batalla de Trafalgar solo permanecieron en la bahía de Cádiz con bandera francesa 5 navíos de líneas y una fragata: Heros, Algesiras, Pluton, Argonaute y Neptune y la fragata Cornelie. Siendo pertrechados con los escasos medios de que disponía el Arsenal de La Carraca, para salir a la mar cuando fuera posible. Por otro lado, la escuadra española se encontraba diezmada, el estado de las tripulaciones era lamentable y sin haber recibido paga durante meses. Al mando de esta escuadra estaba Don Juan Ruiz de Apodaca.


Los franceses (aun como aliados), era imposible que abandonaran la bahía de Cádiz, debido al bloqueo inglés del Almirante Purvis con sus 12 navíos. Obligando a la flota de Rosily a permanecer refugiados en la bahía durante 3 años. Rosily, desde el mes de febrero de 1808, con la entrada del ejército napoleónico, supuestamente para invadir Portugal, estaba al tanto de las delicadas relaciones con los españoles, previniendo a su escuadra intercalando los navíos españoles con los franceses. Un acierto del Almirante francés, puesto que los posteriores sucesos de Bayona con la Familia Real Española y la renuncia al trono de Fernando VII, habían puesto al pueblo español en pie de guerra contra sus antiguos aliados. En Sevilla, se acababa de constituir la Junta Suprema de España e Indias. Esta nombra como máxima autoridad militar al general Tomas de Morla en la plaza de Cádiz. Al tiempo que le mandaba disponer los medios necesarios para que llegado el momento apresara o destruyera la escuadra francesa. Tras una reunión con las autoridades el día 30 de mayo, se acordó separar los buques españoles de los franceses, quedando preparados para el combate, aunque oficialmente todavía no había ninguna hostilidad por ambas partes.

Los británicos se ofrecieron a entrar con sus buques en la bahía de Cádiz para ayudar a los españoles a capturar los buques franceses, a lo que se negó en rotundo Morla, quien no le hacía gracia que los tradicionales enemigos de siempre se metieran en las entrañas de la bahía gaditana, con el riesgo de que quedara otro Gibraltar, así que de manera educada le contestó que: “esto era algo que debían hacer los españoles”. Los británicos debieron comprender que los españoles, tras la traición de sus antiguos aliados, tenían una cuenta pendiente. Algo que por otra parte era cierto. Aunque los británicos dejaron en concepto de préstamo una cantidad importante de pólvora y munición a los españoles.

Todo esto no pasó desapercibido a Rosily, quien sólo confiaba en la llegada por tierra de refuerzos por parte de los imperiales. Es por ello que desde ese momento intentó por medio de la correspondencia con las Autoridades españolas ir retrasando el inevitable enfrentamiento. Apodaca fue el encargado de organizar la fuerza de combate, quedando en total tres divisiones de 15 cañoneras cada una.

El 6 de junio, el Presidente Saavedra, a través de la Junta de Sevilla y en nombre de la nación declara la guerra a Napoleón y se inician hostilidades en diversos puntos de la península. Mientras en Cádiz se siguen los preparativos para el ataque, Morla envió una advertencia el 9 de junio a Rosily, instándole a una rendición incondicional en el plazo de dos horas o de lo contrario: "...soltaré mis fuegos de bombas y balas rasas (que serán rojas si V.E. se obstina)". Rosily se negó a rendirse. Así pues, se inició el ataque desde las baterías y por las fuerzas sutiles (embarcaciones cañoneras). Los franceses estaban bien situados y lograron rechazar el ataque, que durante cinco horas intentaron infructuosamente rendirlos. Dejando un balance de 5 muertos y 50 heridos en el bando español y 12 muertos y 51 heridos en el bando francés.

Rosily intentó ganar tiempo y alargar la tregua, a la espera de refuerzos, escribiendo varias cartas a Morla, en las que pedía que dejasen salir a su escuadra bajo promesa de no ser atacados ni por los españoles ni los británicos. Morla se negó. Rosily al día siguiente propuso desembarcar el armamento y arriar sus banderas, pero permitiendo permanecer a bordo. Morla volvió a rechazarlo, indicándole que sólo aceptaría la rendición sin condiciones. Entre tanto las condiciones de las fuerzas españolas no eran buenas, ya que faltaba pólvora por lo que no era posible otro ataque como el del día. Así que se optó por instalar nuevas baterías simuladas. Y se sumó al combate el navío Argonauta en La Carraca. Todo una “fachada” por no tener poder de ataque, debido a la falta de pólvora. Para evitar que los franceses intentasen entrar en el arsenal se bloqueó este con el hundimiento del navío Miño.

El día 14 de junio se volvió a intimar a la rendición de la escuadra francesa sin condiciones. Rosily era sabedor de que no podría resistir mucho tiempo, de modo que durante el trascurso de la mañana los pabellones franceses fueron sustituidos por los españoles. En total se entregaron 3.676 prisioneros y un botín de 5 navíos de línea y una fragata, armados con no menos que 456 cañones, numerosas armas individuales, gran cantidad de pólvora, municiones y cinco meses de provisiones.

Después de esta notoria victoria, el Presidente Saavedra, enviaría en nombre de la Junta Suprema de España e Indias una comisión, de quien el General Morla era la cabeza visible, hacia Inglaterra para tratar con el gobierno británico. El 4 de julio el gobierno británico emitió una orden, declarando que todas las hostilidades entre Inglaterra y España deberían cesar inmediatamente y entrando ambas como aliadas frente a la Francia de Napoleón. Por otro lado, los prisioneros franceses fueron recluidos en los navíos desarmados Castilla y Argonauta, habilitados como pontones para prisioneros. Hubo 35 prisioneros que se alistaron a los batallones de Marina de la Real Armada, ya que no eran naturales de Francia y viendo la lúgubre perspectiva de quedarse en un sórdido pontón decidieron desertar. Hicieron bien, porque luego llegarían los prisioneros de Bailen y los pontones serían conocidos como las tumbas flotantes, una cuna de enfermedades, en condiciones infrahumanas.

La Armada Española incorporaría los barcos apresados a los restos de la Armada Real que había sobrevivido a la Batalla de Trafalgar y el éxito sirvió como revulsivo elevando la moral de la resistencia de las fuerzas españolas, en el momento que más era necesario, justo antes de la decisiva Batalla de Bailén.

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Fuerteventura, 20 de Junio de 2018

miércoles, 7 de junio de 2017

Desembarco de Normandía


Ayer, 6 de Junio, se celebró el 73 aniversario del desembarco de Normandía, más conocido como el día D. Más de 200.000 soldados aliados desembarcaron en la costa norte de Francia. De ellos unos 10.000 dejaron allí sus vidas pero sirvieron para que alrededor de 3.000.000 de soldados entrarán en Europa. Se había iniciado la Operación Overlord, el principio del fin del dominio nazi.

Como siempre, en Cuadernos de Historia, abordamos este nuevo capítulo resaltando la participación española. En entradas anteriores ya hablamos de la “Nueve” y su participación en el desembarco. En el siguiente enlace tienes la entrada:

Entre los españoles participantes, resaltar la labor del barcelonés Juan Pujol García (1912-1988), conocido como “Garbo” entre los británicos y “Arabel” entre los alemanes. Primero desde Lisboa y posteriormente desde Londres, Garbo enviaba informes a los agentes alemanes en los que les hablaba de presuntos movimientos de tropas y suministros y de los supuestos simpatizantes pronazis que existían en el Reino Unido (su red llegó a contar con 20 falsos espías repartidos por todo el país). Cuando la fecha del desembarco se iba aproximando (6 de junio de 1944), engañó a los espías alemanes diciendo que el desembarco iba a ser en Calais, a unos 250 km al norte de Normandía. Posteriormente, con la operación ya en marcha, incluso les convenció que eso era una maniobra de distracción, y que se estaba esperando el momento a que el general Patton desembarcara sus tropas (otro de sus engaños) en la otra ciudad.
Destacar también la participación de Manuel Otero, el único fallecido español, en el desembarco. Formaba parte de la BIG RED ONE, una División de infantería del Ejército Americano, concretamente en el 16 Regimiento de Infantería destinado a desembarcar en la Playa de Omaha, en el sector G. Fue de los primeros, en torno a las 6,30 de la mañana y como en la oscarizada película “salvar al Soldado Ryan”, Manuel Otero también llegó a bordo de una barcaza. La marea estaba muy baja en ese momento y era mucha la distancia a recorrer hasta el primer refugio. A diferencia de otras playas, el mariscal alemán Erwin Rommel había provisto buenas defensas en Omaha. Había minas, obstáculos, gran cantidad de bunkers... La unidad de Otero fue diezmada prácticamente entre el 60 y el 70% sólo en la arena de esa playa, entre ellos el propio Otero. En próximas entradas, publicaremos la Historia, con mayúsculas, de este gallego de la Sierra de Outes, que vestía el uniforme americano.

Fuerteventura, 07 de Junio de 2017 

domingo, 28 de mayo de 2017

Segunda Guerra Mundial: Españoles en el Ejército Soviético

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En esta ocasión, nos toca hablar de los españoles alistados en el Ejército Soviético. Este es el cuarto artículo que publico sobre la participación de los españoles en la Segunda Guerra Mundial en el Frente del Este, destacando en las entradas anteriores a los soldados encuadrados en el Ejército Alemán. 

He pasado mucho tiempo leyendo, repasando, escuchando testimonios y buscando información de forma exhaustiva esperando que los datos expuestos sean muy rigurosos. Animo al lector a que envíe cualquier información relevante que por olvido o desconocimiento no se vea reflejado en estos artículos. Debo reconocer que mientras escribo, voy recordando mi participación en el XII Festival Internacional de la Juventud que se celebró en Moscú en 1985, formando parte de la Delegación Española, donde pude visitar lugares emblemáticos de la Defensa de Moscú durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, disfrutar de dos días de trabajo intenso con los miembros del Centro Español de Moscú, formado mayoritariamente por los llamados “niños y niñas de la guerra”. Algunos de ellos, los mayores, participaron activamente en la Defensa de Moscú, Leningrado y Stalingrado.
La Brigada Independiente de Fusileros Motorizados de Destino Especial (Otdelnaya Moto-Strekovaya Brigada Osobo Naznacheniya u OMSBON), fue creada por la policía política soviética del NKVD, para llevar la lucha más allá del frente alemán, es decir, en la retaguardia. En él se constituyó el Batallón Multinacional con la finalidad de encuadrar extranjeros de ideología bolchevique para enfrentarse al Eje. La 4ª Compañía de dicho batallón sería la que estaría formada en su mayor parte por voluntarios republicanos españoles.
En el verano de 1941, la 4ª Compañía Española del OMSBN se forma en Moscú liderado por el capitán Pelegrín Pérez Galarza, nacido en Buñol, Valencia, integrado por 125 voluntarios, entre los que 119 eran hombres y 6 mujeres.
El OMSBN estaba al mando del coronel soviético Mihail Fedoróvich Orlov, y la 4ª Compañía Española la dirigía el comandante Domingo Ungría, un veterano guerrillero de la Guerra Civil Española. Pelegrín Pérez Galarza sería nombrado comisario político de sus hombres en representación de la NKVD bajo supervisión del jefe de esta, Lavrenti Beria.
El entrenamiento de la 4ª Compañía Española se hizo para actuaciones como guerrilla partisana y saltos en paracaídas tras las líneas del Eje en Ucrania y Rusia.
Su bautismo de fuego fue en la defensa de Moscú, durante el crudo invierno de Diciembre de 1941. Los alemanes fueron detenidos a las afueras de la ciudad. La 4ª Compañía Española custodió esta posición hasta el invierno de 1942. Algunos miembros tomaron parte en escaramuza contra los invasores en los alrededores.
Los primeros españoles en llegar tras las líneas enemigas lo hicieron saltando en paracaídas sobre Ucrania: seis hispanos y seis soviéticos. Posteriormente se sumo el resto de la Compañía. Ucrania era un lugar paradójico puesto que se estaba luchando una guerra civil dentro de una guerra mundial: Alemania mantenía el país ocupado militarmente, pero parte de este había conseguido la autonomía, desplegando un ejército nacionalista ucraniano para luchar contra la URSS.
EL 25 de Junio de 1942, la 4ª Compañía Española fue descubierta en su escondite por los alemanes y los nacionalistas ucranianos y aunque todos los españoles pudieron escapar, en la acción resultó herido en un brazo Josep Florejacs, que sería evacuado hacia Moscú en un avión de salvamento.
Con la ofensiva alemana que culminó en la expulsión del Ejército Rojo de Ucrania y su huída a Kazakhastán y la Cordillera del Cáucaso, la 4ª Compañía Española fue evacuada de su área de operaciones y enviada a restablecerse en la República Soviética de Georgia, concretamente en su capital Tiblisi.
A finales de 1942 y primeros de 1943 los republicanos españoles combatieron a los alemanes, nacionalistas georgianos y otros pueblos independentistas del Cáucaso en las más altas montañas de la región euroasiática.
En la localidad de Guelenzhik donde se reunió el mayor contingente republicano español en el Frente del Este. La mayor parte de las bajas españolas tuvieron lugar contra las tropas rumanas que se asentaban en las playas del Mar Negro. Entrado 1943 y tras ser el Cáucaso reconquistado por el Ejército Soviético, la 4ª Compañía Española regresó a Moscú.
En la Batalla de Stalingrado, Francisco Cañizares, José Letosa y José Francés fueron lanzados en paracaídas tras las líneas alemanas y lograron destruir un puente que impidió la llegada de importantes reservas para el Eje a la urbe.
Moscú de nuevo se convirtió en sede de la 4ª Compañía Española, esta vez bajo el mando del propio líder de la NKVD, Lavrenti Beria, el cual gestó un plan para capturar al general de la División Azul Española, Emilio Esteban Infantes, por un grupo de seis españoles vestidos con uniformes de oficiales alemanes que saltasen sobre Lituania. Los seis españoles llegaron a la capital de Lituania, Vilna, sin embargo una vez allí no pudiendo atrapar a su objetivo. Tras la experiencia la NKVD ordenó enviar de nuevo a los españoles a Ucrania, lugar donde la 4ª Compañía Española sabía pelear mejor.
En Julio de 1943, en Ucrania un comando compuesto por 20 guerrilleros españoles recibió la misión por orden de Lavrenti Beria de destruir un tren en el que se alojaban oficiales alemanes. Cuando los españoles llegaron sigilosamente a la estación, no pudieron acercarse porque los alemanes estaban haciendo una fiesta en la que habían invitado a todos los aldeanos ucranianos de un pueblo cercano. La misión tuvo que retrasarse quedándose los españoles tumbados a la espera, pero tuvieron mala suerte porque un perro vigía los olió, así que se puso a ladrar avisando a los centinelas que respondieron disparando. El tiroteo fue corto y los partisanos se ocultaron entre la oscuridad lanzando pequeñas descargas toda la noche. Al amanecer consiguieron infiltrarse en la estación y destruir el tren con una fuerte explosión. Aquel fue el único tren en la Segunda Guerra Mundial volado por españoles, en la acción uno de ellos murió en el combate el asturiano Antonio Blanco de 22 años.
Una vez los alemanes se retiraron de Ucrania, la misión de lucha partisana terminó para la 4ª Compañía Española, unos se enrolaron en el Ejército Rojo y Otros siguieron realizando operaciones tras las líneas enemigas: Manuel Souto, Baltasar Ripoll y Carlos García en Rumanía; y en Checoslovaquia los radiotelegrafistas que apoyaron a los checos, Segundo Moreno y Ángel Ferrer. Otros lucharon en Yugoslavia, Hungría o Austria. Algunos españoles pudieron tomar parte en la Batalla de Berlín en 1945, como el teniente vasco, Manuel Alberdi que tendió un puente sobre el Río Spree para que los soviéticos pudieran marchar sobre el Reichstag.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial habían muerto un total de 204 españoles de la 4ª Compañía Española del OMSBN. Hubo más de 700 condecoraciones soviéticas para los hispanos, entre las que había Medallas de la Estrella Roja y la Orden de Lenin, además de otras concedidas por los Estados comunistas del Pacto de Varsovia en la Guerra Fría como Polonia, Rumanía, Hungría o Yugoslavia.
También comenzaron a combatir en la guerrilla los pilotos republicanos, pero en 1942 uno de ellos, José María Bravo, se encontró por casualidad en Moscú con el general Alexander Osipenko, jefe de la defensa antiaérea soviética que le conocía desde la Guerra Civil Española.
Fue así como más de 70 españoles lograron combatir en los cielos de la URSS. Por el número de aviones derribados los nombres de varios quedaron grabados en la lista de los hombres destacados de la Segunda Guerra Mundial. Prueba de ello es el hecho de que en la escuadrilla de cinco cazas que escoltó el avión de Stalin a la conferencia cumbre de los aliados en Teherán, tres eran pilotados por españoles, y la encabezaba el para entonces coronel José María Bravo al que dedicaremos un artículo en nuestra próxima entrada.
Más mérito aún tienen sus proezas, petrificadas en monumentos sobre las tumbas españolas en Crimea y el Cáucaso, los bosques de Smolensk y Leningrado, y a orillas del Volga convertidas en auténticas leyendas.
En la antigua Stalingrado, a escasos metros del rio, está la tumba del capitán Rubén Ruiz Ibarruri, héroe de la Unión Soviética e hijo de la "Pasionaria", Dolores Ibárruri.
Dos combates le cubrieron de gloria. En el primero, cerca de Borísov, al frente de un pelotón de ametralladoras, el teniente Ruiz contuvo el avance de fuerzas alemanas muy superiores hasta perder la última ametralladora y luego sólo con granadas y pistolas lanzó un contraataque que desorientó a los nazis e hizo posible la llegada de refuerzos. Meses después, ya en Stalingrado, tomó el mando de un batallón y poco antes de morir consiguió detener el avance de una división acorazada alemana.
En la capital rusa está situado el Parque de la Victoria, dedicada a los caídos en la Gran Guerra Patria, como llamaban en la URSS a la contienda de 1941-1945 contra Alemania. La plaza también es un museo al aire libre sobre la Gran Guerra Patria.
Terminado tras la caída del comunismo, el parque alberga una iglesia ortodoxa, una mezquita y una sinagoga, símbolos de las principales religiones de Rusia. En una esquina del parque, en medio de una glorieta, aparece inesperadamente una pequeña capilla católica.
Una lápida en ruso y español recuerda al puñado de españoles que combatieron hombro a hombro con sus camaradas soviéticos.

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Fuerteventura, 28 de Mayo de 2017